Esther Ruiz, marzo 2023

Aún soy aquella niña que soñaba con un mundo en el que todos fuéramos tratados igual, sin importar si éramos niñas o niños. Soñaba con un mundo donde el feminismo no fuese una actitud extraña, sino algo natural y justo para todos.

Quería que todos tuviésemos las mismas oportunidades, que pudiéramos elegir lo que quisiéramos hacer en la vida sin que nadie nos dijese que no podíamos porque éramos niñas. ¿Y?, pensaba yo. Quería que no hubiese trabajos para niñas o trabajos para niños, sino trabajos para personas que tengan las habilidades y la pasión para hacerlos.

Soñaba con un mundo en el que todas las niñas pudieran ir al colegio y aprender todo lo que quisieran, y donde no hubiese ningún niño o adulto que les dijese que eran menos capaces porque eran niñas. ¿Y?, pensaba yo. Yo quería que todas las mujeres tuvieran las mismas oportunidades de trabajo y de liderazgo que los hombres, y que no fuesen discriminadas por su género.

Quería que todas las personas se respetasen y que no hubiera violencia contra las mujeres ni contra ningún ser humano. Quería que las mujeres y las niñas pudiéramos caminar por la calle sin miedo, y que nadie nos hiciera sentir inseguras o incómodas. Quería que todos pudiéramos vivir en un mundo en el que fuésemos valorados por quiénes somos realmente.

Claro, que yo no me hacía esas reflexiones tan sesudas y complejas para mi yo niña, no nos engañemos. Sólo me extrañaba de ser yo la que recogiese la mesa mientras otros pasaban tiempo cargando juegos en el Spectrum. Me extrañaba ir a clases baile mientras otros jugaban al baloncesto. Me extraña recibir una muñeca muy rosa y muy brillante cuando lo que yo quería era el Cheminova. No entendía nada.

Pero yo sigo siendo la niña que tuvo la gran suerte de ser nieta e hija de mujeres luchadoras y trabajadoras, artistas ni más ni menos, que pusieron su mano frente a los que me decían “no te sientes así, que eres una señorita”. Ellas dijeron BASTA y, con su fuerza, allanaron el camino de mi yo niña que soñaba con hacer cine y jugar con aquel ordenador, aquellas que le decían a los demás ¿y? ¿por qué no?

Supe que mi sueño era real cuando se sumaban las voces de ellos, los que compartían su nave de Star Wars cuando jugábamos, los que se sentaban a elaborar el proyecto conmigo, los que te animaban a seguir escalando esa enorme montaña. Ellos, los que nos acompañaban en ese camino, eran la pieza clave del puzzle. Así sí, pensaba mi yo niña, así funciona.

A veces me dirijo a la niña que aún está dentro de mí, y le doy las gracias por muchas cosas. Gracias por no haber dejado de creer en mi ni un día, ni en los peores. Gracias por aquellas conversaciones con otros donde dijiste lo que pensabas sin miedo al ridículo. Gracias por hacer que tu voz se escuchase, aunque recibieras tantas negativas. Gracias por luchar contra los estereotipos que no me dejaban ser la mujer que soy ahora. Gracias por ser valiente y saber decir no.

La igualdad es un camino largo y continuo, y cada pequeño gesto puede marcar la diferencia.  ¿Me acompañas?

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